CONSPIRACIONES (narración)

Yo había crecido sin familiar alguna hasta ese momento; por las calles me desplazaba, era mi casa, la ciudad me conocía, no así los hombres y mujeres que entre sus calles se agitaban. Solo los fantasmas de las lóbregas noches, que de cada esquina emergían cuando el sol ya se oculta, me han acompañado. Mis fantasmas compañeros. Con ellos conspirábamos nuestras cotidianas sensibilidades del ocaso.

Ya tarde, desde las cantinas, en cuanto eran cerradas, los seres alcoholizados se desplazaban hasta los paraderos, siempre expulsando fétidos olores etílicos. Algunos -los veíamos- extraviaban sus caminos hacía cábalos prostíbulos húmedos; otros -los oíamos- gemían y jadeaban el sinsentido de sus vidas. Yo, junto a mis conspiradores compañeros, éramos testigos de los hechos decadentes, lo conocíamos todo, con detalles y nombres propios.

Fatigados de observar y agobiados de escuchar, los fantasmas, ellos y yo, nos dormíamos acurrucados ante el viento cortante, cobijados por la penumbra de la noche solitaria. Nos dormíamos profundamente.

Con las primeras voces de la mañana, mis conspiradores compañeros se despertaban y alterados por voces conocidas suspendían la faena dormitaria. Mis fantasmas, con sus oídos aún llenos de los rumores de la noche anterior, se incorporaban entre esas primíparas voces madrigales que asustaban, atemorizados huían con sonoros y temerarios maullidos. Ahí, recién en ese instante, yo levantaba la cabeza y veía a los seres pasar, sobrios y decentes, sin ningún remordimiento o resentimiento de la noche anterior. Solo mis fantasmas y yo, mis conspiradores acompañantes, lo sabíamos todo.

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