Para: Laura Gonzalez, Zacatecas
Es jueves, acaba de amanecer, estoy a seis días de iniciar un viaje motivado por este ser vapulado y distraído que he padecido en estos últimos meses. En el fondo, creo, me urge salir a buscar escenarios sacros, de esos donde los hombres consiguen armonizar el cuerpo con el alma, el alma con el espíritu, hacer de estos tres habitantes del ser un embalaje recíproco.
Tengo claro los presupuestos con que parto, yo un ser humano, hombre atormentado por el devenir de su destino, cuento con necesidades demandadas por este cuerpo en el que habito; me veo absorbido por las limitaciones que impone el alma que me posee; y ese espíritu provocador que ronda en mi, exige florecer síntesis de capacidades insospechadas por mi historia futura.
No hace pocos días mi ser era un torrente de vinos, todos los canales confluían en mí. Cuerpo, alma y espíritu; necesidades, limitaciones y capacidades aunaban en mi sus senderos. Eran días de turista, con brisas de sedentarismo donde solamente permanecía, mis viajes eran solamente eso, viajes.
Estabilizado en pisos superfluos, movimientos telúricos acaecieron en mi ser, fueron probamente agresivos, con réplicas de diversas procedencias pero de un único epicentro; esta es la hora que no se si fueron tantos o fueron pocos, pero fueron y siguen siendo agudos; como sea, bifurcaron esa concordia efímera y aun inmadura que creía poseer.
Mis demonios asomaron por cuatro esquinas, castigan duro mi alma y mi espíritu, derrumbados ya, estos no resisten más; la desolación ha opacado el panorama de mis días: Esa existencia mía tendrá que reacomodar su presente y su porvenir, sin embargo no hay sujeto.
Solamente el cuerpo, siendo frágil y más anciano, retrocediendo pasos busca salvar mi ser de los torbellinos, ha parado momentáneamente el destino y se dispone a ejecutar su última jugada. Desestabilizado ya de mi antaña armonía, en medio de sonidos distorsionados, este cuerpo provoca en mi tibias melodías, distantes llamados que apaciguan el espíritu y dan leves respiros al alma.
Ahora, que han transcurrido muchos segundos de caídas profundas, me urge salir a buscar escenarios sacros, espacios y tiempos que coincidan con mis ocasos y me arrastren a brillos de consolación. Confio en que ese tiempo y ese espacio me conduzcan -hasta que por fin- al fondo de mi pozo séptico, de ahí espero emerger con la alquimia divina, donde mi vida incorpore todo aquello que he vivido, fusione mis contradicciones y dolores en bolas bióticas, en esferas de esperanzas.
Me dispongo a emprender este itinerario nómada, saldré a buscar centros existenciales donde mi cuerpo, mi alma y mi espíritu oigan bellas sinfonías, donde mi ser se aliente a recomponerse en originales armonías; espero regresar por otro sendero y lleno de riquezas quizá sentarme a esperar del devenir nuevos temblores.
Este es un viaje que sigue esas voces que resuenan en mi, voces que me evocan, provocan y convocan, saldré para buscar umbrales entre el cielo y la tierra, entre mis esperanzas y mis tormentos, espero encontrar esas puertas sacramentales.